jueves, 27 de mayo de 2010

"MATER FEMINUS" (Inicio)

Trajeron al niño los familiares. A la madre la tuvieron que arrastrar y dejó jirones de sus ropas entre barro y piedras. Cuatro de los ayudantes, además del comisario, fueron necesarios para hacer presentes a los reos ante la defensa de la fe que Nos representamos. El niño, ese demonio viviente, fue porteado por los pies por uno de los guardias, mientras que otros dos sujetaban los brazos. La cabeza colgaba oscilante, flagelando el aire y a los agentes. La madre aullaba como perra, parca en fuerzas. Tenía la tez rojiza, tal vez debida al calor que promueve el trato con seres infernales, causa de su presencia ante este alto Tribunal.
La mujer quedó derrotada en el suelo cuando la soltaron. Los familiares se amasaron los brazos, necesitados de recobrar la sangre dormida en el esfuerzo, pero no se retiraron, prestos al amarre si fuera preciso. Con la criatura solo se pudo tumbarlo en las piedras frías, sin soltarle los miembros y con la cabeza presa por dos guardias. Esperamos todos con la tensión sobre la frente hasta que el cansancio dio lugar al lamento y los gritos se apaciguaron; al menos los de los presos, no así los jadeos de los guardianes que esa jornada si se ganaron el salario.

Hace ya tiempo, tanto que no recuerdo bien ese día, que golpeó el aldabón de la puerta y dos voces machunas lo acompañaron. “Abra al Santo Oficio. Abran a la Justicia.” Si mi cuerpo hubiera sido de sal, seguro que habría podido hablar, o correr, o disolverse, pero no pudo; el impacto fue tan imprevisto que permanecí petrificada, mirando sin ver la tranca de la puerta. En mi cabeza esas voces, lo que decían, era la señal de todos los horrores que había escuchado contar acerca de esos clérigos. Nunca pensé que pudiera temer nada de ellos y a la vez me temblaban las carnes por si pudiera ocurrirnos a nosotros una aparición de esa índole. Es como el propio demonio: todos sabemos de su existencia y actos, pero cada cual creemos estar lejos de su aliento, a la vez que lo tememos tal que comiese en el mismo plato. Y allí estaban las voces rotundas, los golpes querían derribar la puerta, así que, como quien ve la nieve lenta caer, abrí. Cuatro familiares, o cuatrocientos me parecieron, con sus alabardas y rostros enjutos se hicieron presentes en una fuerte patada a la puerta y el empujón en el pecho que me tiró de espaldas contra el suelo. Fue el primero de los dolores.

(publicado: "NUEVAS LEYENDAS TOLEDANAS": Editorial Ledoira. Grupo literario Arrendajo. Toledo. 2007)

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